LOS HOMBRES SE MUEREN PRIMERO



Me pregunto si es la vida
así de amable:
un barroco tresillo deshilachado
el decorado adorno de antes de la guerra regalado,
indistintos muebles en caoba y mate,
pertinaces enseres comedidos
en la dispensa del uso cotidiano;
un teléfono grandilocuente y hábil en sepultar silencios
con hierática presencia de cochero.
Presidiendo el camposanto de añoranzas
la foto mayestática de recién casados
-amarilla de ocasos-,
Y un denso aire oscurecido, colágeno de pasillos,
prisionero la casa pululando.


Me pregunto si es la vida
un sabor a muerte herida:
dos mujeres en una raya sujetando
reliquias adormecidas, luto
por los hombres que marcharon
-íntimas plegarias mortecinas-.
Niños sin rostro ya de hijos, soltería
detenida en los espejos lunarios,
en las lámparas de duendes familiares;
figuritas de vidrio y porcelana
con sordo rumor bailando instantes.
Medicados achaques y apoplejías
hasta el día soñado, no lejano,
que toque congregarse con la ingente mayoría.

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